“Huapalcalco” es una deformación castellana de “Huapalcalli”, que significa “casa de madera”. Pero Huapalcalco es mucho más que el lugar en el que cuentan, Ce-Ácatl-Topiltzin-Quetzalcóatl tuvo morada. Milenios atrás dio cobijo a hombres y mujeres que, presumiblemente, podrían ser antepasados de muchas personas en América y el resto del mundo. 

Huapalcalco es pues, como Altamira o Lascaux, uno de los lugares donde nuestros ancestros dieron las primeras luces de creatividad artística. Su paisaje, pese a haber cambiado radicalmente a través del tiempo, sigue siendo imponente y desde la cima de sus acantilados es posible dominar la vista de un fértil valle hoy llamado Tulancingo. 

La palabra “Tulancingo” tiene su origen en la lengua náhuatl y puede ser interpretado como pequeña ciudad, al ser de menor extensión territorial que Tollan-Xicocotítlan o Tollan-Cholollan. Como sea, la palabra “Tollan” evoca civilización, lo que es congruente con el hecho de que los toltecas constituyeron un vasto sistema político-territorial, que atrevidamente podría ser calificado como imperial. Dicho sistema llegó a tener influencia en buena parte de Mesoamérica, llegando hasta la ciudad de Chichen- Itzá, en la península de Yucatán.

Al ser Huapalcalco y el valle de Tulancingo lugares claves en una civilización tan importante como la tolteca, podemos inferir su relevancia en el altiplano mesoamericano. ¿Qué es dicho altiplano? Es nada menos que una de las regiones del mundo que entre los siglos V Y XVIII alcanzó un mayor desarrollo civilizatorio. Debido a que dicha zona geográfica fue tempranamente poblada, no es de extrañarse que sobre ella caminaron numerosos grupos humanos, tanto los prehistóricos como los teotihuacanos, los toltecas, los mexicas y en la actualidad: los misteriosos otomíes. El lugar no solamente cobijo a los ancestros de los habitantes del valle que tiene a sus pies, sino a los antepasados de una buena parte de la población del actual país, ya que en la mayoría de las ocasiones corre por nuestras venas sangre de grupos de filiación nahua u otomí (ñañú, jñatio, etc.), por lo que, desde mi punto de vista, debe ser considerado al menos: patrimonio de todos los mexicanos.